Lorena Guzmán H. ¿Cuántas veces ha sentido algo "de guata"? No sabe explicar por qué, pero ese sentimiento podría no ser más que el estrés que le produce la situación o una decisión, y que se manifiesta en su sistema digestivo. Si bien lo que se entiende coloquialmente como "sentir de guata", en estricto rigor, no existe, el sistema digestivo está atiborrado de neuronas y su actividad no es independiente del resto del cuerpo ni del cerebro. Con el tiempo, la ciencia está entendiendo cada vez más cómo funciona esa comunicación bidireccional y, por sobre todo, qué rol juega en la salud y bienestar.
Vía rápida Nuestro cerebro y el sistema digestivo están conectados por una extensa red de neuronas y por una carretera de sustancias químicas y hormonas que constantemente proveen de información sobre lo hambrientos que estamos, si experimentamos o no estrés, o si ingerimos un microbio que nos produce indigestión. Es lo que explica el libro "El buen sistema digestivo: tomando el control de tu peso, humor y salud a largo plazo", escrito por los investigadores de la Universidad de Stanford, EE.UU., Justin y Erica Sonnenburg.
Esta carretera, explican los científicos, constantemente tiene informados a ambos destinos sobre lo que pasa en el extremo opuesto. "Esa sensación de peso en la boca del estómago luego de ver el estado de cuenta de su tarjeta de crédito después de las vacaciones es un vivo ejemplo de esta conexión trabajando. Está estresado y su sistema digestivo lo sabe inmediatamente". El sistema nervioso entérico es el que se encarga de controlar el sistema digestivo, explica Claudio Pérez, investigador del Center for Integrative Medicine and Innovative Science (CIMIS) de la UNAB. "Si bien el cerebro sería como el general, el sistema entérico es el comandante, ya que recibe órdenes, pero también resuelve muchas cosas autónomamente", dice.
Dolor de "guata" Las neuronas del sistema digestivo, detalla Susana Sagredo, académica de la Escuela de Medicina de la U. Andrés Bello, están conectadas al sistema nervioso central y de forma indirecta con el cerebro. "Por ello, el sentirse hinchado o con distensión abdominal llega por conexiones nerviosas al cerebro, el que nos hace conscientes de ello, mientras que al revés el cerebro puede producir tránsito lento, por ejemplo", explica.
Para una situación puntual esto sería una forma natural de reaccionar del cuerpo, pero el problema es cuando este tipo de reacciones se hace recurrente. En estos caso, es el componente emocional el que hace "doler la guata", en mayor o menor medida, agrega Ana María Madrid, jefa de la Unidad de Estudios Funcionales Digestivos del Hospital Clínico U. de Chile.
Si bien puede ser la actividad de la vida diaria que vaya sensibilizando a las personas, también hay cosas puntuales que ayudan, dice la especialista. Desde la dieta e infecciones que pueden dejar daños más prolongados hasta eventos del pasado. "Si se sufrió maltrato en la infancia o la madre murió a temprana edad, por ejemplo, ese hecho queda guardado en el cerebro como una señalización de aumento en la percepción de las cosas", dice. "Así, la persona siempre va a tener más dolor que el resto porque el cerebro responde como si el estresor fuera más grande".
Es claro que alteraciones entre la interacción del cerebro-intestino están asociadas a la inflamación de este último, síndrome de dolor abdominal crónico y desórdenes alimenticios, asegura un estudio del University College Cork, en Irlanda, publicado en el Journal of Neurogastroenterology and Motility. Bacterias protagonistas
Recientemente, apareció otro jugador en este complejo sistema, la microbiota. Se trata de una gran cantidad de bacterias alojadas en el intestino que cumplirían varios roles importantes. "La microbiota, el intestino y el cerebro tienen un complejo set de interacciones que modulan las repuestas del dolor de las vísceras. Varios estresores psicológicos, infecciosos o de otro tipo pueden interrumpir esta armoniosa relación y alterar tanto la misma microbiota como al dolor", explica un estudio publicado en abril pasado en el Journal of Neurogastroenterology and Motility.
Aquí lo emocional tampoco estaría afuera. "Evidencias recientes indican que no solo nuestro cerebro está 'consciente' de nuestros microbios intestinales, sino que estas bacterias pueden influenciar nuestra percepción del mundo y alterar nuestro comportamiento", dicen Justin y Erica Sonnenburg. "Es claro que la influencia de la microbiota llega mucho más allá del intestino y afecta aspectos de nuestra biología que pocos habrían predicho; nuestra mente". Emociones y bacterias
Por ejemplo, esta influenciaría el nivel de serotonina en el cuerpo, un neurotransmisor que regula los sentimientos de felicidad. "Hay estudios que muestran una clara evidencia entre las emociones y la microbiota", explica Ana María Madrid. Experimentos tanto en animales como en humanos muestran que la depresión, por ejemplo, altera a los microorganismos presentes en el intestino haciendo que algunas familias de estos escaseen.
El trabajo del University College Cork también asegura que la microbiota no solo tiene un rol en la depresión, sino también en la susceptibilidad al estrés crónico. Pero no es lo único. Incluso se han hecho pruebas en ratones, agrega Ana María Madrid, donde la microbiota de los obesos se ha trasplantado a los animales normales, y estos últimos terminaron siendo como los primeros en cuanto a peso.
"Mientras nuestro 'segundo cerebro' no puede componer una sinfonía o pintar una obra de arte en la forma en que nuestro cerebro en el cráneo puede, desempeña un importante rol manejando el funcionamiento de nuestro sistema digestivo. La red de neuronas en este es tan abundante y compleja como la de nuestra médula espinal, lo que puede parecer demasiado complejo solo para hacer el seguimiento de la digestión". Justin y Erica Sonnenburg, Investigadores de la Universidad de Stanford